Vergüenza asesina.

La tarde estaba rota. Era viernes pero olía a lunes. En la galería estaba ella. Yvonne, rubia, de mirada excrutadora. De las personas que al tasarte le encogen a uno. Me moría de la vergüenza o mejor dicho la vergüenza estaba asesinando cualquier conato de algo. Me metí al baño. La vergüenza volvió a salir urgente al encuentro. Yo resistía. Ay si muriera ahora. Pero resistía. Parecía más fuerte que la muerte. Sobreviví. Salí al main hall. Allí estaba de nuevo. El sudor salió a mi encuentro. me acerqué a ella.

Bosque del tiempo.

Parece que la tarde no tiene prisa. Parece que la tarde ronca. Se ha mecido en un inmenso sueño. Y las manecillas que se detienen. No quieren avanzar. Se paran a respirar en el bosque del tiempo.

El país de las últimas cosas.

Empaquetando los momentos de plata
empaquetando los mil roces de miradas
hacia nuestros últimos besos
hacia nuestros últimas versos
haciendo la mudanza en voz baja
El país de las últimas cosas
salía a nuestro encuentro

Chopin está vivo.

Conseguí engañar a la rutina. Decidí no llegar hasta mi punto habitual del recorrido. La sangre gritaba y yo intentaba refugiarme en mi sombra. Era un síntoma. No llegaría hasta aquel hermoso ciprés vigía de aquel cementerio. Uno de los campo santos más bonitos del norte. Por una vez en 36 años paseando entre losas de granito, tumbas congeladas, entre la hojarasca, cambiaría mi recorrido. El aire de aquel lugar no tenía ventanas.

Al llegar a casa me encontré muy mal. Al llegar la madrugada supuse que sería la última vez que vería la luna. La sonata 2 para piano de Chopin se convirtió en la banda sonora del resto de mis días. El ciprés vigía ahora era quien venía a visitarme todos los días.

El libro mudo.

La pluma sorda y el libro mudo dormían de cara a la pared. En aquel estante aburrido. Despertaron al roce de la mirada del escritor. Removidos por dentro. Agarrados en sentimientos cayeron en sus manos. Las tapas de cuero no pudieron resistir su apertura. Las líneas y los párrafos salieron al encuentro del ingenio. Con la mano y el verbo de metal del heredero de Cortazar esculpieron la historia jamas contada sobre las mil y una noches. La conversación trabada entre los tres no moriría con la llegada del explícito sol. Las primeras luces de la mañana los miraron desafiantes. Los primeros versos de ese libro, las primeras voces de esa pluma, se dejaron notar en tus ojos. Lagrimas de tinta manaban de tu boca.

Esta semana te cuento

  • "Funnes el memorioso" J. Borges
  • "El barco de los adioses" P. Neruda
  • "Alegría del cronocopio" J. Cortazar
  • "Splassshf " Quim Monzó
  • "Fábulas de la oveja negra" Augusto Monterroso

Contribuyentes