El hombre que vivía en un botijo

El hombre que vivía en un botijo decidió convertirse en agua. Para salir de aquel botijo. Para salir de la mujer de agua. Cortaron su cordón umbilical de agua. El botijo volvió a ser una botella.

Página 111

Ahora el libro para a charlar con su autor. Como de costumbre. Se encuentra en la página 111. Siempre se esperan en la misma página. A partir de ahí el libro es puro diálogo de tinta.

De piedra

La piedra tropezó en su cara carrera con aquel pie. Le pidió perdón. El caminate se quedó de piedra.

Econdido debajo del mar

Esperando a que el sol pasara nadando. Se agarro el pez de los rayos de oro. Se agarro con fuerza a la mano de una sirena. Parece ser que murió ahogado. Era el hombre que moriría si veía un sólo rayo de sol.

Viviendo la vida de otro

Se miraron pero sus ojos no se encontraron. Se besaron con bocas diferentes. Sorbieron el instante con una sonrisa triste. Respiraron sincronizádamente pero lo hicieron con el aire de otras personas. Inspiraron en los sueños de esas personas que amaban en la sombra. Se agarraron las manos. Pero realmente se aferraban a esa vida que no estaban viviendo.

Niño de cara hueca

Pasaron 36 años y el niño seguía siendo niño. Las agujas no se movían. No eran capaces de doblar la esquina del tiempo. El niño de cara hueca se dio cuenta. Era capaz de detener el tiempo. Se dio cuenta en el momento exacto en el que aquel té nunca dejó de estar caliente.

Nos besamos como nunca.

Corrimos el uno hacia el otro desbocados. Sin llevar las riendas de nuestras vidas. Nos miramos de forma escrutadora. Nos asomamos hasta el fondo del alma. Nos besamos sabiendo que aquello no era un reencuentro. Nos besamos sabiendo que era una despedida. Fin.

¿Ahora a quién voy a querer?

Tan fuerte eran mis sentimientos. Tanto te quería que de abrazarte te partiste en dos. ¿Ahora a quién voy a querer?

mañana de espinos

Esta mañana he encontrado mi voz tirada en el suelo. La levante de la misma del susto.

Ojos sin rostro

Esos ojos sin rostro por fin te ponen cara.

Dedos sonámbulos.

Me miré en tus ojos. Me asome hasta su fondo. Te palpe la cara con mis manos sonámbulas. No vi nada.

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De aquel accidente, del choque entre la mañana y la noche, surgió un nuevo día y la luna murió de repente. La ciudad se tiño de la sangre anaranjada. Y el cielo comenzó a llorar. El aliento de la tormenta se cernía sobre nosotros. Oscuro. Tenso. las notas de lluvía descubrían su apesadumbrada melodía. Era el camino sin fin. Hoy empezaba todo. Hoy sería el último día de aquel verano.

A la orilla de tus labios

Se refrescan estos versos antes de morir al tomar aire. Al saltar por el trampolín de tu lengua tibia a esa realidad donde nada existe. Nada salvo la imaginación. Nada salvo nuestras hectáreas de sueños. Sigamos adelante. Sellemos esta historia con un beso.

Huérfana de azules

La hoja blanca esperaba. huérfana de azules. Lloraba su soledad. Arriba escucharon su cascada de lamentos. De repente se cubrió de palabras. La hoja blanca desguazo su alma. Esgrimió un hervor. Trabó amistad con sus 157 nuevos amigos. La sabia nueva de la tinta azul le dio nueva vida. Una nueva página se había escrito en su corta micro historia.

Madre

Todo muere y muere de buen grado. Queda sólo la eterna madre, nuestro origen. Sus dedos juguetones escribe, en el aire, nuestro nombre. Fugaz.

Apretando gotas de agua

La sala de cristal se inundó de una risa huérfana. El pez se sintió rodeado. Millones de gotas de agua encerraron su libertad. Sólo su mente podía aletear de impaciencia hacia ese paraje. Solo sus aletas podrían apretar ese millón de gotas de agua.

Fa Sol la Shhhhhhhhhh

Los instrumentos callaban. Las nubes se retorcían. Las primeras notas de lluvia repicaban sobre la regia madera. El oscuro aliento de la tormenta se cernía sobre el tapiz. En sus corazones cantaba la sinfonía del último verano.

Cansado el reloj

Llevaban las manecillas más de doce horas haciendo carreras. El reloj suspiraba. Un halo de esfuerzo por las agujetas de tanto movimiento. Resignado a no dormir fijó su mirada circular en la meta.

Ríe la muerte

Agazapada detrás de la esquina del último capítulo. Sonríe la muerte. Rechina su sonrisa metálica al blandir el noble metal de su guadaña. Te tira a la cara trozos de vida. Agazapada detrás de la esquina del último capítulo.

El agua cambió de opinión

El agua decida al entrar por la ventana cambió de opinión y se detuvo. Las lágrimas del niño sentado en aquella habitación con el traje del primer invierno detuvieron su sed de venganza. Paró en seco.

Vergüenza asesina.

La tarde estaba rota. Era viernes pero olía a lunes. En la galería estaba ella. Yvonne, rubia, de mirada excrutadora. De las personas que al tasarte le encogen a uno. Me moría de la vergüenza o mejor dicho la vergüenza estaba asesinando cualquier conato de algo. Me metí al baño. La vergüenza volvió a salir urgente al encuentro. Yo resistía. Ay si muriera ahora. Pero resistía. Parecía más fuerte que la muerte. Sobreviví. Salí al main hall. Allí estaba de nuevo. El sudor salió a mi encuentro. me acerqué a ella.

Bosque del tiempo.

Parece que la tarde no tiene prisa. Parece que la tarde ronca. Se ha mecido en un inmenso sueño. Y las manecillas que se detienen. No quieren avanzar. Se paran a respirar en el bosque del tiempo.

El país de las últimas cosas.

Empaquetando los momentos de plata
empaquetando los mil roces de miradas
hacia nuestros últimos besos
hacia nuestros últimas versos
haciendo la mudanza en voz baja
El país de las últimas cosas
salía a nuestro encuentro

Chopin está vivo.

Conseguí engañar a la rutina. Decidí no llegar hasta mi punto habitual del recorrido. La sangre gritaba y yo intentaba refugiarme en mi sombra. Era un síntoma. No llegaría hasta aquel hermoso ciprés vigía de aquel cementerio. Uno de los campo santos más bonitos del norte. Por una vez en 36 años paseando entre losas de granito, tumbas congeladas, entre la hojarasca, cambiaría mi recorrido. El aire de aquel lugar no tenía ventanas.

Al llegar a casa me encontré muy mal. Al llegar la madrugada supuse que sería la última vez que vería la luna. La sonata 2 para piano de Chopin se convirtió en la banda sonora del resto de mis días. El ciprés vigía ahora era quien venía a visitarme todos los días.

El libro mudo.

La pluma sorda y el libro mudo dormían de cara a la pared. En aquel estante aburrido. Despertaron al roce de la mirada del escritor. Removidos por dentro. Agarrados en sentimientos cayeron en sus manos. Las tapas de cuero no pudieron resistir su apertura. Las líneas y los párrafos salieron al encuentro del ingenio. Con la mano y el verbo de metal del heredero de Cortazar esculpieron la historia jamas contada sobre las mil y una noches. La conversación trabada entre los tres no moriría con la llegada del explícito sol. Las primeras luces de la mañana los miraron desafiantes. Los primeros versos de ese libro, las primeras voces de esa pluma, se dejaron notar en tus ojos. Lagrimas de tinta manaban de tu boca.

Esta semana te cuento

  • "Funnes el memorioso" J. Borges
  • "El barco de los adioses" P. Neruda
  • "Alegría del cronocopio" J. Cortazar
  • "Splassshf " Quim Monzó
  • "Fábulas de la oveja negra" Augusto Monterroso

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