Un buen día decidí probar aquel boli obeso del que tantos escritores me habían hablado. Tenía la capacidad de devorar el espacio en blanco. Parecía hospedar un escritor en sus entrañas. Lo único que necesitaba era un papel y alguien con ganas de escribir. De él salían los cuentos más bellos y originales.
Yo nunca había tenido éxito como cuentista. Aquello era un manantial creativo sin fin. Empezaron a galardonar mis escritos. El ego y la ambición pudieron conmigo. Decidí exprimir al máximo e intentarlo con una novela. Acabamos extenuados. En la página cien el bolígrafo obeso dijo basta. Tornó su tinta negra en roja, se derramó por toda la página. Se oyó un suspiro desde su interior. Acerque mi oído al boli y entre aplausos de vidrios rotos puede escuchar, yo no soy Cortazar.